
El Síndrome de Witzelsucht es un trastorno caracterizado por la necesidad de contar chistes a todas horas
En agosto de 2005, el doctor Mario F. Méndez, del departamento de Neurología y Psiquiatría de la Universidad de California, recibía un extraño caso en su consulta. Se trataba de una mujer de 57 años que durante los dos últimos había cambiado su personalidad de manera radical.
De pronto se mostraba emocionada, desinhibida, se había convertido en el alma de la fiesta y bromeaba todo el tiempo. “Sus rasgos más notorios eran una risa tonta permanente y excitabilidad, además de tendencia a hacer chistes infantiles y bromas. Con frecuencia hacía comentarios o incluso tocaba al examinador”, explicaba el médico en su informe
Sus funciones cerebrales parecían normales. Sin embargo, presentaba algunas características de una enfermedad muy poco conocida: el síndrome de Witzelsucht.
Este síndrome, también conocido como la enfermedad del chiste, fue diagnosticado por primera vez en 1929 por el neurólogo alemán Otfrid Förster.
Förster operaba a un paciente de un tumor en el cerebro. El hombre se encontraba consciente —algo normal en la época— y cuando el médico comenzó a retirar el tumor, el hombre mágicamente empezó a soltar un chiste tras otro.
Ese mismo año, el psiquiatra Abraham Brill notificó algo similar con pacientes que bromeaban sobre todo y nada, incluso cuando se encontraban en la mesa de operaciones.
Así es como se diagnosticó el síndrome de Witzelsucht, que toma su nombre de dos palabras alemanas; Witzeln (bromear) y Sucht (adicción). Los afectados por esta enfermedad sienten la necesidad irrefrenable de hacer bromas y juegos de palabras todo el tiempo.
Es por todos conocido que hacer bromas encierra cierta complejidad. Los chistes se construyen alrededor de una incongruencia que suele estar situada en una frase clave y que el cerebro humano tiene que desentrañar. Es lo que se conoce como “pillar una broma”, y se consigue a través de la comprensión de las asociaciones semánticas que comprenden el doble significado.
A esto se une el elemento de sorpresa que surge cuando te das cuenta del giro, de la frase clave. Cuando haces click y pillas el chiste, la magia sucede en el cerebro. Es entonces cuando se activan los receptores del placer y te ríes a carcajadas. O no. “Los ja jas no están demasiado alejados de los ajá”, explica Jason Warren, investigador del University College London .
Los que sufren el Síndrome de Witzelsucht no pueden dejar de hacer bromas pero son incapaces de reirse con las de los demas

Todo este proceso cerebral ocurre en regiones situadas alrededor de los lóbulos frontales, donde se sitúa el pensamiento más complejo y analítico. Esas son, precisamente, las mismas zonas dañadas por los afectados del Síndrome Witzelsucht.
“Los que sufren esta enfermedad no pueden ver la relación existente en la frase clave, por lo que no muestran sorpresa ante las bromas”, explica Méndez.

Paradójicamente, este daño cerebral parece desinhibir parte de la señalización entre los lóbulos frontales y los centros de placer. Así, mientras que los chistes de los demás les dejan fríos, sus propios pensamientos y sentimientos pueden acabar activando la dopamina y provocar que colapsen de la risa.
Por suerte, el Witzelsucht se puede tratar con ciertos medicamentos antidepresivos que también son usados para tratar trastornos del estado de ánimo o trastornos obsesivo-compulsivos.
Quizás ahora nos lo pensemos un poco mejor a la hora de juzgar sus chistes.